El día
12 de octubre de 1492, por designio de la Santísima Trinidad, Único Dios
verdadero, Uno en naturaleza y Trino en Personas, las tres pequeñas naves
españolas, la Santa María, la Niña y la Pinta, al servicio de los Reyes
Católicos, lograban para España y para la Santa Iglesia Católica, una empresa
que ninguna otra nación en el mundo ha podido igualar y no podrá igualar jamás:
el Descubrimiento, Conquista y posterior Evangelización de todo un continente,
el continente Americano.
El
Descubrimiento se celebra el 12 de octubre porque fue en ese día en el que el
marinero Rodrigo de Triana gritó: “Tierra a la vista”. Pero tanto el
Descubrimiento, como la Conquista y Evangelización del Nuevo Continente, fueron
puestos a los pies de la Virgen del Pilar de Zaragoza, pidiéndole por sus
frutos de santidad. Recordemos que la Virgen del Pilar se apareció -o mejor dicho
“fue trasladada” por ángeles, ya que aun vivía en carne mortal-
al Apóstol Santiago el 2 de enero del año 40 d.C. en Cesaraugusta, Zaragoza,
trayendo consigo un pilar de jaspe y una imagen de la Virgen con el Niño. Por
esta razón, en 1984, ad portas de la celebración
del V Centenario de la Evangelización de América (1992), el Papa San Juan Pablo
II reconoció a la Virgen del Pilar como “la Patrona de la Hispanidad”.
Si los nombres designan realidades y la realidad no es
imaginación, entonces casualidad, ni imaginación, que el Descubrimiento, la
Conquista y la Evangelización fuera realizada por una nave llamada “Santa María”
y que esa nave fuera la Capitana, al ser la más poderosa de las tres naves:
quien dirigía a las naves, por orden de la Trinidad, no eran ni el Almirante
Colón ni sus marineros, sino Santa María, la Madre de Dios, la Niña de los ojos
de Dios, la Pinta, la más hermosa y excelsa de todas las creaturas visibles e
invisibles. No fue casualidad que la empresa, humanamente, fuera costeada por
los Santos Reyes Católicos, Isabel y Fernando, los cuales obraron santamente en
todo momento, demostrando que si bien la empresa era una hazaña magnífica para
España, que opacaba y enmudecía al resto del mundo, en realidad la verdadera
Dueña de la Conquista era la Santa Iglesia Católica, pues España no vino a
buscar oro y plata, sino a conquistar almas para Nuestro Señor Jesucristo.
Es gracias a España -y, por supuesto, antes primero a la
Santísima Trinidad-, que nos trajo la Santa Religión Católica, la Religión del
Verdadero y Único Dios, Nuestro Señor Jesucristo, el Salvador y Redentor de los
hombres, la religión de la Madre de Dios, Corredentora de los hombres, que hoy
nosotros, los españoles de ultramar -todos los que formamos la Hispania Americana
o Ultramarina-, no estamos rindiendo culto a ídolos demoníacos como la
Pachamama, el Gauchito Gil, San La Muerte, la Difunta Correa, o los
sanguinarios dioses prehispánicos, sedientos de sangre inocente y llenos de
maldad y violencia, porque en el fondo esos dioses son demonios, según las Escrituras:
“los ídolos de los gentiles son demonios”; gracias a España y a sus
innumerables Héroes y Santos, que dieron sus vidas por Dios y por España,
podemos decir con orgullo que adoramos, postrados con la frente en tierra, al
Dios Único y Verdadero, Nuestro Señor Jesucristo, y lo adoramos en su Santa Cruz
y en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, en su Presencia Real,
Verdadera y Substancial. Gracias a España por habernos traído no solo su
idioma, su cultura, que son bellísimos, sino, ante todo, por habernos traído la
Santa Fe Católica, Apostólica, Romana. Gracias a España, gracias en el tiempo y
en la eternidad a nuestra amada Madre Patria España.
En el Día de la Hispanidad, nosotros, tus hijos españoles
de Ultramar te decimos: ¡bendita seas, amada Madre Patria España!